Rehenes by Nina Bouraoui

Rehenes by Nina Bouraoui

autor:Nina Bouraoui [Bouraoui, Nina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Circulamos durante mucho tiempo, yo iba en el asiento de atrás, sola, el poli que conducía había tomado la precaución de poner el seguro automático de las portezuelas, tal vez en previsión de que pudiera escaparme. Íbamos hacia Sarlat o Burdeos, o París, cómo saberlo, no veía ningún indicador en la carretera, solo campos intuidos en medio de la noche. Pero se equivocaban si creían que me escaparía. Estaba a gusto en aquel coche. Me parecía que, por primera vez, ese era mi lugar, o que, en todo caso, ocupaba el lugar que me merecía: el de una mujer que había hecho una inmensa estupidez, pero que con ello vengaba a todas las demás mujeres, a las que trabajaban sin descanso y cada noche se encontraban con la violencia del marido ausente, los hijos revoltosos y la soledad. Ya lo dije antes, siempre es más difícil para las mujeres que para los hombres. No es que quiera dar lástima, pero es la verdad. También, por esa misma razón, al cabo del tiempo, nosotras somos más fuertes. Los golpes nos endurecen la piel. Se forma un callo en el que no penetra nada. Así que por supuesto que no, que de ninguna manera me iba a dar por huir, estaba muy cómoda en el asiento trasero; cerré los ojos y recordé de nuevo mi infancia, la parte de atrás del coche, cuando mi padre conducía después de bañarnos en el río o de pasear por el bosque, qué bien se estaba allí, en silencio, mi madre sumida en sus pensamientos, mi padre con una mano en el volante y la otra fuera, con el cristal de la ventanilla bajado, sosteniendo entre los dedos un cigarrillo que dejaba consumir sin darse cuenta, incluso con tedio, perdido él también en sus pensamientos; ya no se amaban, yo lo sabía, pero hacían lo que fuera para que no se notara, lo que significaba que amaban más a sus hijos de lo que se amaban a ellos mismos. Eso me daba tranquilidad, significaba que, al menos por una vez en la vida, alguien cuidaba de mí. Era mentira, pero era una bonita mentira, o por lo menos yo tenía la serenidad suficiente como para considerarla bonita, lo cual me agradaba, porque apreciaba el esfuerzo de mis padres por fingir, por dar una imagen de amor, de familia, aunque fuera falsa, pero existía y eso era lo más importante, que existía.

Gracias a aquella imagen de la felicidad, falsa, claro, pero que era como un árbol que crece en la arena, sin agua y en cuyas ramas algún día habrá nuevos brotes, dejaba de tener miedo a la muerte. Sé que es extraño, pero con los dos polis experimenté algo parecido: no tenía miedo a la muerte, aunque sentía con mucha fuerza ese sentimiento de muerte, y no lo tenía porque iba escoltada y nada podía ocurrirme; es verdad que estaban contra mí, pero su presencia me daba una sensación de seguridad: me había convertido en alguien a quien tener en cuenta.



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